domingo, 2 de diciembre de 2007

Saltimbanqui


Cuentan las crónicas del viejo monasterio que en una ocasión pidió asilo un célebre saltimbanqui, cuya compañía de titiriteros se había disuelto. Los monjes lo acogieron como a uno más.

Pasaban los días y el saltimbanqui no mostraba especial destreza para ninguna de las tareas propias del monasterio, por lo que le acabaron aceptando como alguien inútil.

El abad del monasterio velaba para que cada morador de la abadía se sintiera querido y observaba que el hombrecillo era cada día más feliz. Decidió observarle y comprobó que terminado el rezo de los maitines a medianoche cuando todos los monjes se retiraban a descansar, nuestro saltimbanqui se escurría silenciosamente hacia la solemne iglesia y, atravesando con respeto la nave central, subía los peldaños del presbiterio aproximándose hacia el sagrario.

Allí hacía una reverencia y después de un breve silencio comenzaba a hacer piruetas, volteretas, mortales y todo tipo de acrobacias hasta caer rendido junto al altar.

Allí quedaba tendido hasta antes del amanecer que retornaba sigilosamente a su celda.

El abad le observó así muchos meses como si estuviera poseído de una energía inacabable. Sin embargo un día que sus piruetas eran especialmente bellas y que se prolongaron hasta las primeras luces del alba el saltimbanqui inútil del viejo monasterio cayó rendido para siempre bajo la mirada de Dios que disfrutaba como un niño aquella manifestación tan pura y simpática de amistad.

Y contaba el cuento en su final que el abad vio cómo unos ángeles recogían el alma de aquel hombre para llevarla al abrazo de Dios.

(Anonimo)






2 comentarios:

Xabier dijo...

Me ha gustado mucho su obra y me he permitido publicitarla en un blog monográfico sobre el Hiperrealismo que le invito a visitar (http://manudeop.blogia.com).

Reciba un saludo cordial,

Xabier

Eduardo Z dijo...

Qué bueno hacer las cosas sólo por la Gloria de Dios!